22.2.17

El reloj del poeta Machado y del país en el aniversario de su muerte



















"El reloj es, en efecto, una prueba indirecta de la creencia del hombre en su mortalidad". Dice con una genialidad fuera de toda duda Juan de Mairena según su heterónimo Antonio Machado (qué importa que sea al revés) Y sigue diciendo: "Porque sólo un tiempo finito puede medirse. Esto parece evidente. Nosotros, sin embargo, hemos de preguntarnos todavía para qué mide el hombre el breve tiempo de que dispone. Porque sabemos que lo puede medir; pero ¿para qué lo mide? No digamos que lo mide para aprovecharlo, disponiendo en orden la actividad que lo llena. Porque esto sería una explicación utilitarista que a nosotros, filósofos, nada nos explica. Si lo mide, en efecto, para aprovecharlo, ¿para qué lo aprovecha? Pregunta que sigue llevando implícito el '¿Para qué lo mide?' incontestado. A mi juicio le guía una ilusión vieja como el mundo: la creencia de Zenón de Elea en la infinitud de lo finito por su infinita divisibilidad. Ni Aquiles, el de los pies ligeros, alcanzará nunca a la tortuga, ni una hora bien contada se acabaría nunca de contar. Desde nuestro punto de mira, siempre metafísico, el reloj es un instrumento de sofística como otro cualquiera". 

Visto lo visto y lo que dice Juan o Antonio, se me ocurre a mí: ¿Qué otra cosa puede ser un reloj, aunque nos parezca que transcurren las horas o aunque se haya establecido como axioma ese transcurso? Hoy hace 78 años que murió en el exilio de Collioure Antonio Machado Ruiz, pobre, enfermo y desolado. Y la hora de España por ejemplo sigue teniendo una sucesión de tics que no parece que la tortuga se deje pillar por Aquiles ni por otros personajillos menores de nuestro tiempo que creen que avanzamos. Leer a Juan de Mairena o a Machado  -tanto monta monta tanto-  es filosofar con el método de la ironía y el humor. A veces uno se pregunta: ¿cuántas de las aseveraciones, dichos, reflexiones o paradojas señaladas por el poeta no siguen hoy en activo? Pruébese a releerlo, hoy con la excusa del aniversario de su muerte, que no de la privación de su legado sutil y didáctico.



Dibujo de Leandro Oroz


21.2.17

El regalo de los padres a los hijos, en palabras de Zygmunt Bauman














Oído al filósofo Zygmunt Bauman en el programa Salvados: "El mayor regalo que un padre puede hacer a sus hijos es el sacrificio de su tiempo". ¿Tanto se han distanciado las sanas costumbres de antaño que alguien tiene que avisar hoy del abandono que se padece? Creo, o eso me pareció, que más tarde Bauman volvió a decir la frase ampliando su perfil social y afectivo: en lugar del regalo a los hijos habló del regalo a los que quieres. Sin embargo me quedo con la primera intención. No es solo el cuidado lo que se transmite en las primeras fases de una relación entre padres con hijos. Es sobre todo el lazo de la afectividad, del estímulo para la autoestima. del reconocimiento del esfuerzo. La carencia de tal regalo lleva a criar individuos más consumistas que sociales. Y ahí llega el primer desarraigo, después la queja y por último la disfunción. Que uno sepa, las emociones, los afectos y, si se quiere, eso tan difuso llamado amor o cariño nunca puede dimanar de un producto. Ni se puede comprar ni vender. Bauman, muerto no hace aún ni dos meses, ponía el dedo en la llaga de algo más trascendente que otras creencias y usos que rezuman también excesivo hedor a mercancía.




2.2.17

¿De qué habla Robert Burton?























"¿Qué es el mundo mismo? Un vasto caos". Suena fuerte y contundente la definición. Incluso un tanto apocalíptica, y no es una declaración de prensa o criterio generalizado que se pueden estar propiciando ante los acontecimientos que se viven hoy. Aunque podría serlo. También en nuestros días todo es vertiginoso, sin duda que más. Cunde lo malévolo, se endurecen las encrucijadas, se siembra y se recoge desconcierto. Robert Burton, en 1621, ya opinaba con no menos rotundidad de la que hoy podríamos tener. Retomemos al erudito:  "¿Qué es el mundo mismo? Un vasto caos, una confusión de modales, tan variable como el aire, un manicomio, una tropa turbulenta llena de impurezas, un mercado de espíritus vagantes, duendes, el teatro de la hipocresía, una tienda de picardía y adulación, un aposento de villanías, la escena de murmuraciones, la escuela del desvarío, la academia del vicio; una guerra donde, quieras o no, debes luchar y vencer o ser derrotado, en la que matas o te matan; en la que cada uno está por su propia cuenta, por sus fines privados, resiste en su propia custodia." 

Bien. Pongan otras caras, miren otras formas materiales de vida que nos rodean, comprueben las conductas y comportamientos que nos hacen parecer príncipes, adviertan la multiplicidad de máscaras que nos gastamos. ¿No es aplicable al tiempo presente cada uno de los tajantes enunciados de Burton? Alguna de las calificaciones que él hace para su época ¿acaso se encuentran fuera de vigor entre nosotros? A veces recurro a textos de Memoria de la melancolía, de Robert Burton, para paliar la habitual acidez de los días. El refrán mal de muchos, mirando hacia atrás en la historia, también es consuelo de tontos del presente. Qué se le va a hacer. Eso sí, una advertencia. No se lea a Burton reduciendo todo a apocalíptico y convulso. Los acontecimientos que nos toquen vivir hay que desentrañarlos, no obstante la confusión y el desánimo que los elefantes entrando en la cacharrería tratan de consolidar para aprovecharse de nosotros.