12.8.14

Yann Andréa, hace tiempo abandonado por Marguerite













Algo tienen de doble juego las palabras de los escritores. Algo que sin ser lineal resulta premonitorio. Solo porque el proceso natural de las cosas  -que está dotado también de incidentes y accidentes, de azares imprevistos y de quiebras repentinas-  puede ser presagiado hasta cierto punto. Aunque escrito hace treinta y un años, Yann Andréa termina esa especie de diario novelado titulado M.D. Marguerite Duras:

"En la habitación de las cortinas azules escribo cerca de ti, dormida en la cama. Escribo únicamente para estar ahí, en presencia de tu sueño.

Veo tu cuerpo, oigo el ritmo regular de la respiración, estamos los dos inmersos en ese amor del primer día, en esa sonrisa repentina y definitiva.

Escribo para mantenerte a mi lado, para hacer que la separación sea menor, para sustraerte a la mortalidad. Mientras duermes, hago lo que haces tú cuando no haces nada: escribo".

Hace apenas un mes encontraron muerto al último gran amante de Marguerite Duras. Puede que además de amantes ambos fuera amateurs, es decir cómplices, eternos aficionados acostumbrados el uno al otro, disputados el uno contra el otro, reencontrados el uno con el otro. Devotos de sus soledades y brujos de sus conjuros para combatirlas: la escritura. Escribir para sustraernos a la mortalidad, una propuesta nada banal, tal vez la única razón profunda y severa que nos consuela. Pues, como sigue diciendo Yann:

"El tiempo es incierto, sin pasado, sin futuro, sin presente, es una sucesión de puntos, un mecanismo inexorable".