9.8.14

La maldad de la vejez, que dice Thomas Bernhard




"Voy entrando lentamente en la maldad de la vejez", dice Thomas Bernhard a Krista Fleischmann en un libro entrevista, o conversaciones pasadas a libro, editado hace dieciséis años. Me gusta este género de libros pues, por regla general, su lectura resulta más fluida. Saber del pensamiento y de los actos de un autor a través del desparpajo y a veces las respuestas sin contemplaciones, aunque luego puedan pasar la criba, donde la intención del entrevistador en ocasiones lo convierte en un debate enriquecido, es más cómodo que leer el corpus de una obra teórica. No quiero ni pensar si a los filósofos de cualquier época, sobre todo los más luminosos  -espero que los haya-  y supuestamente constructivos les hubieran entrevistado. Como sistema de divulgación hubieran incidido más; ahora bien, ¿para mejor o para peor? Lo dejo abierto y a la contemplación caritativa de cada cual. 

Bernhard: "Los viejos se vuelven cada vez más malvados. Los niños son malvados, los seres más malvados que existen. El viejo, se dice, vuelve a ser niño; así pues, recobra la maldad de la niñez y tiene además la terrible maldad de la vejez, que es el mayor atractivo de las personas." Y yo que pensaba que ser viejo era ser más sabio, aunque uno vea cada cosa en el entorno de la gente mayor que no es precisamente para admirarles como sabios...No obstante, es un tema en que el tópico y lo real se pelean, pues los rostros de los comportamientos oscilan y se contradicen con harta frecuencia en los individuos. ¿Existe la ancianita siempre bondadosa? ¿No hay sino un viejo gruñón? Tal vez lo único que hacemos las personas sea prolongar nuestra manera de ser de toda la vida -más suavizada o más crónica dependerá de la suerte tenida por cada uno en su vida cotidiana- y proyectar nuestros estilos átonos o tónicos en función de nuestro pensamiento depurado o nuestras dolencias agudizadas. "Los viejos sin maldad son insoportables", asevera irónicamente el escritor austriaco. "Lo mismo que los niños sin maldad. Un niño bueno es para estrangularlo y un viejo lo mismo", se ríe sin concesiones el autor. Ahora bien, pone la guinda: "Lo que más me gusta es en realidad la maldad, pero siempre, naturalmente, si afecta a los demás, eso se lo puede decir a cualquiera". Ay, los demás, esa frontera clara y auténtica donde nos desenmascaramos por mucho que hablemos del bien común.