5.1.14

Szymborska y la inquietud de la belleza
















¿Alguien ha pensado alguna vez en la inquietud que desata la belleza? Miramos un paisaje extasiados y creemos percibir la más extensa calma. Ante la inmensidad de un templo o frente a una escultura fastuosa nos parece que la obra se nos entrega. Cerramos los ojos para dejarnos tomar por una sinfonía que nos embriaga. Permanecemos atónitos ante la mirada de otra persona que nos atraviesa y de la que no logramos desprendernos durante un instante inacabable. Disfrutamos de una charla en la que nos rendimos porque el otro parece disponer de todas las palabras inventadas por el hombre. Nos conmovemos leyendo un texto con la sensación de descubrir la vida. Pero, ¿no hay una cierta dosis de desasosiego en cada percepción? ¿No nos sentimos incompletos, bien porque nos parece demasiado grande aquello o porque no logramos retenerlo todo el tiempo suficiente que desearíamos?  

Wislawa Szymborska sabe reflejar de primera la inquietud que desata en nosotros la belleza, en el poema titulado Recuerdos:


Estábamos charlando
y callamos de repente.
Había aparecido en la terraza una muchacha
¡qué belleza!,
demasiado bella
como para nuestra tranquila estancia allí.

Bárbara miró apresurada a su marido,
Cristina puso la mano instintivamente
sobre la mano de Zbyszek.
Yo pensé: te llamo,
por ahora  –te diré– no vengas,
acaban de anunciar varios días de lluvia.

Sólo Agniezska, viuda,
saludó a la bella con una sonrisa.