21.11.13

La metamorfosis de José Hernández
















Al despertar el pintor José Hernández una mañana, tras el sueño intranquilo de toda una vida...No quiero seguir. Sería demasiada falsa la ficción ante la circunstancia irrevocable. Se impone el hecho a la memoria de la existencia, donde ésta se confirma con sus rostros, sus gestos, sus motivaciones, sus desquites y sus trazos. Sobre todo sus trazos, los que José Hernández plasmó, por ejemplo, en aquella edición de La metamorfosis, de Kafka, para Círculo de Lectores  hace ya muchos años. A mí la edición me deslumbró. Al texto clásico, digamos, se incorporaba un estudio extraordinario de Vladimir Nabokov. Y como eje conductor, onírico e inquietante, las iluminaciones sorprendentes de Hernández. Dibujo en estado natural: luces, sombras, perfiles, contornos. Personas y objetos que se marcan y ratifican. Individuos y cosas que se diluyen en una impura metamorfosis. Y el monstruo ¿o habría que llamarlo el ser fantástico? -si insecto o escarabajo es secundario, y Hernández lo reinventa- condicionando el paisaje de una casa, que ya se sabe que es el símil más próximo para nombrar nuestro propio espacio y el del entorno. Nuestro Yo. Retomo unas líneas que escribía este ilustrador de Kafka recordando su primera lectura de la novela y relacionándola con su carácter introvertido: "Si, como dicen, el límite del hombre es el límite de la imaginación, así me gusta que sea, pues deja al hombre indefinido, de cara a un horizonte ignorado por el que poder avanzar libremente, como explorador de sí mismo..."

La muerte de José Hernández me pilla leyendo a Borges que, en su poema  El oro de los tigres, canta:


"Defiéndeme de ser el que ya he sido, 
el que ya he sido irreparablemente.
No de la espada o de la roja lanza
defiéndeme, sino de la esperanza."