5.8.13

Origen diabólico de las mentiras














En el círculo de amigos de Jonathan Swift se sostenía, supongo que irónicamente, que el Diablo es el padre de las mentiras "...y que fue un mentiroso desde el principio, de suerte que, sin lugar a dudas, la mentira es antigua y, es más, surgió por primera vez como mentira política, para socavar la autoridad de su príncipe." No en vano con esa sana intención de aclarar conceptos, a caballo entre literatura mítica y hechos reales de su época contemporánea, Swift se propuso ahondar críticamente en el tema. Hablamos de 1710 y el recurso a los mitos y los lugares comunes no son sino la excusa para actualizar la realidad de la mentira en su tiempo. "...Los modernos han aportado grandes mejoras al aplicar este arte también para hacerse con el poder y conservarlo y no solo para vengarse cuando lo han perdido", matizaba Swift (bueno, en realidad fue más bien su amigo John Arbuthnot) He ahí la clave: las mejoras en la aplicación de la mentira, de lo que resultaría una herramienta, un engranaje, una maquinaria, una factoría, muchas factorías de la mentira que se irían fomentando y actualizando generación tras generación política, con la justificación deprimente del todos mienten, nosotros no vamos a ser menos

Swift, Arbuthnot, continua en alguna parte: "Una cosa esencial distingue a la mentira política: debe ser efímera; le resulta imprescindible para poder ir ajustándose a las circunstancias, para avalar las dos partes en disputa, para adecuarse a todas las personas que ha de deslumbrar". La capacidad observadora de nuestros intelectuales anglosajones está fuera de toda sospecha. Me queda la duda, y la desazón, de si la mentira ya no será efímera, sino que se ha llegado a un punto en que es permanente y se recicla. O si bien se concatenan unas mentiras con otras, siquiera con el objetivo de confundir ya no a los príncipes a los que se pretende destronar, sino al vulgo que los mantiene. ¿Ha cambiado algo la realidad desde 1710? Tres siglos de mentira elaborada, sofisticada y curtida nos contemplan. Aunque uno tiene la sensación de que sigue siendo igual de burda que siempre.