28.5.13

Un poeta secreto al descubierto













No a la transmigración en otra especie.
No a la post vida, ni en cielo ni en infierno.
No a que me absorba cualquier divinidad.

No a un más allá, ni aun siendo el paraíso
reservado a islamitas, con beldades
que un libro garantiza siempre vírgenes.

Porque esos son los juegos para ingenuos
en que mi agnosticismo nunca apuesta.
Mi envite es al no ser. A lo seguro.

Rechaza otro existir, tras consumida
mi ración de este guiso indigerible.
Otra vez, no. Una vez ya es demasiado.

Leo como una herencia este poema. La hago mía. Me regusto al bailar en torno a su cadencia. También me complazco en confirmar o desechar lo que dice en cada verso. Por aquello de que uno lee lo de otros no como algo lejano sino como algo que le afecta o puede tocar. José María Fonollosa: un poeta secreto, del que se publicaron más libros suyos después de muerto. Dicen que el poema de marras lo encontraron sobre su mesa de trabajo al morir. El hecho de la muerte del otro nos remite de inmediato a la curiosidad de saber de qué murió. ¿Por simple curiosidad morbosa? No. Por deducir más gestos. Por ejemplo, si ese poema tuvo algo que ver. Huele tanto a testamento como a acta de fe personal. Dejando de lado algún matiz lo hubiera escrito yo antes o después.